Resumen
El 15 de mayo de 1863, en París, se inauguraba el Salon de Refusés, quince días después de la apertura del Salon oficial. Para unos y otros- Gae¨tan Picon ha reconstruido la historia- era la primera vez que aparecía explícita la oposición entre un arte atento a la conservación de las convenciones y otro dominado por una invención permanente. Manet había colgado en el Salon de Refusés uno de sus cuadros emblemáticos, Le Déjeuner sur l ´herbe. Y junto a él otros trabajos de Whistler, Chintreuil, Fantin-Latour, Pisarro... que venían a reconocerse bajo el concepto de impresionistas. Éstos fueron vistos como lo opuesto a la gran pintura que de David a Delacroix había constituido el modelo admirable al que referirse e imitar, una tradición que ya Baudelaire había observado, en sus notas de 1846, expuesta al riesgo de su agotamiento: «Il est vrai que la grande tradition s?est perdue, et que la nouvelle n?est pas faite». (...)